Veinte mil leguas de viaje submarino de Julio Verne (Vingt mille lieues sous les mers) (1869-1870) de Julio Verne (1828-1905)
Capítulo XII: Todo por la electricidad
(…)
El capitán Nemo guardó silencio durante algunos instantes y luego dijo:
—Existe un agente poderoso, obediente, rápido, fácil, que se pliega a todos los usos y que reina a bordo de mi barco como dueño y señor. Todo se hace aquí por su mediación. Me alumbra, me calienta y es el alma de mis aparatos mecánicos. Ese agente es la electricidad.
—¡La electricidad!— exclamé bastante sorprendido.
—Sí, señor.
—Sin embargo, capitán, la extremada rapidez de movimientos que usted posee no concuerda con el poder de la electricidad. Hasta ahora la potencia dinámica de la electricidad se ha mostrado muy restringida y no ha podido producir más que muy pequeñas fuerzas.
—Señor profesor, mi electricidad no es la de todo el mundo, y eso es todo cuanto puedo decirle.
—Bien, no insisto, aun cuando me asombre tal resultado. Una sola pregunta, sin embargo, que puede no contestar si la considera usted indiscreta. Pienso que los elementos que emplee usted para producir ese maravilloso agente deben gastarse pronto. Por ejemplo, el cinc ¿cómo lo reemplaza usted, puesto que no mantiene ninguna comunicación con tierra?
—Responderé a su pregunta. Le diré que en el fondo del mar existen minas de cinc, de hierro, de plata y de oro, cuya explotación sería ciertamente posible. Pero yo no recurro a ninguno de estos metales terrestres, sino que obtengo del mar mismo los medios de producir mi electricidad.
—¿Del mar?
—Sí, señor profesor, y no faltan los medios de hacerlo. Yo podría obtener la electricidad estableciendo un circuito entre hilos sumergidos a diferentes profundidades, a través de las diversas temperaturas de las mismas, pero prefiero emplear un sistema más práctico.
—¿Cuál?
—Usted conoce perfectamente la composición del agua marina. En cada mil gramos hay noventa y seis centésimas y media de agua, dos centésimas y dos tercios aproximadamente de cloruro sódico, y muy pequeñas cantidades de cloruros magnésico y potásico, de bromuro de magnesio, de sulfato de magnesio y de carbonato cálcico. De esa notable cantidad de cloruro sódico contenida por el agua marina extraigo yo el sodio necesario para componer mis elementos.
—¿El sodio?
—En efecto. Mezclado con el mercurio forma una amalgama que sustituye al cinc en los elementos Bunsen. El mercurio no se gasta nunca. Sólo se consume el sodio, y el mar me lo suministra abundantemente. Debo decirle, además, que las pilas de sodio deben ser consideradas como las más enérgicas y que su fuerza electromotriz es doble que la de las pilas de cinc.
—Comprendo bien, capitán, la excelencia del sodio en las condiciones en que usted se halla. El mar lo contiene. Bien. Pero hay que fabricarlo, extraerlo. ¿Cómo lo hace? Evidentemente, sus pilas pueden servir para tal extracción, pero, si no me equivoco, el consumo de sodio necesitado por los aparatos eléctricos habría de superar a la cantidad producida. Ocurriría así que consumiría usted para producirlo más del que obtendría.
—Por esa razón es por la que no lo extraigo por las pilas, señor profesor. Simplemente, empleo el calor del carbón terrestre.
—¿Terrestre?
—Digamos carbón marino, si lo prefiere— respondió el capitán Nemo.
—¿Acaso puede usted explotar yacimientos submarinos de hulla?
—Así es y habrá de verlo usted. No le pido más que un poco de paciencia, puesto que tiene usted tiempo para ser paciente. Recuerde sólo una cosa: que yo debo todo al océano. Él produce la electricidad, y la electricidad da al Nautilus el calor, la luz, el movimiento, en una palabra, la vida.
—Pero no el aire que respira...
-¡Oh!, podría fabricar el aire que consumimos, pero sería inútil, ya que cuando quiero subo a la superficie del mar. Si la electricidad no me provee del aire respirable, sí acciona, al menos, las poderosas bombas con que lo almacenamos en depósitos especiales, lo que me permite prolongar por el tiempo que desee, si es necesario, mi permanencia en las capas profundas.
—Capitán, no tengo más remedio que admirarle. Ha hallado usted, evidentemente, lo que los hombres descubrirán sin duda algún día, la verdadera potencia dinámica de la electricidad.
—Yo no sé si la descubrirán— respondió fríamente el capitán Nemo—. Sea como fuere, conoce usted ya la primera aplicación que he hecho de este precioso agente. Es él el que nos ilumina con una igualdad y una continuidad que no tiene la luz del Sol. Mire ese reloj, es eléctrico y funciona con una regularidad que desafía a la de los mejores cronómetros. Lo he dividido en veinticuatro horas, como los relojes italianos, pues para mí no existe ni noche, ni día, ni Sol ni Luna, sino únicamente esta luz artificial que llevo hasta el fondo de los mares. Mire, en este momento son las diez de la mañana.
—En efecto.
—Aquí tiene otra aplicación de la electricidad, en ese cuadrante que sirve para indicar la velocidad del Nautilus. Un hilo eléctrico lo pone en comunicación con la hélice de la corredera, y su aguja me indica la marcha real del barco. Fíjese, en estos momentos navegamos a una velocidad moderada, a quince millas por hora.
—Es maravilloso, y veo, capitán, que ha hecho usted muy bien al emplear este agente que está destinado a reemplazar al viento, al agua y al vapor.
—No hemos terminado aún, señor Aronnax —dijo el capitán Nemo, levantándose—, y si quiere usted seguirme, visitaremos la parte posterior del Nautilus.
En efecto, conocía ya toda la parte anterior del barco submarino, cuya división exacta, del centro al espolón de proa, era la siguiente: el comedor, de cinco metros, separado de la biblioteca por un tabique estanco, es decir, impenetrable al agua; la biblioteca, de cinco metros; el gran salón, de diez metros, separado del camarote del capitán por un segundo tabique estanco; el camarote del capitán, de cinco metros; el mío, de dos metros y medio, y, por último, un depósito de aire de siete metros y medio, que se extendía hasta la roda. El conjunto daba una longitud total de treinta y cinco metros. Los tabiques estancos tenían unas puertas que se cerraban herméticamente por medio de obturadores de caucho, y ellas garantizaban la seguridad a bordo del Nautilus, en el caso de que se declarara una vía de agua.
Seguí al capitán Nemo a lo largo de los corredores y llegamos al centro del navío. Allí había una especie de pozo que se abría entre dos tabiques estancos. Una escala de hierro, fijada a la pared, conducía a su extremidad superior. Pregunté al capitán Nemo cuál era el uso de aquella escala.
—Conduce al bote— respondió.
—¡Cómo! ¿Tiene usted un bote?— pregunté asombrado.
—Así es. Una excelente embarcación, ligera e insumergible, que nos sirve para pasearnos y para pescar.
—Pero entonces, cuando quiera embarcarse en él estará obligado a volver a la superficie del mar, ¿no?
—No. El bote está adherido a la parte superior del casco del Nautilus, alojado en una cavidad dispuesta en él para recibirlo. Tiene puente, está absolutamente impermeabilizado y se halla retenido por sólidos pernos. Esta escala conduce a una abertura practicada en el casco del Nautilus, que comunica con otra similar en el costado del bote. Por esa doble abertura es por la que me introduzco en la embarcación. Se cierra la del Nautilus, cierro yo la del bote por medio de tornillos a presión, largo los pernos y entonces el bote sube con una prodigiosa rapidez a la superficie del mar. Luego abro la escotilla del puente, cuidadosamente cerrada hasta entonces, pongo el mástil, izo la vela o cojo los remos, y estoy listo para pasearme.
—Pero ¿cómo regresa usted a bordo?
—No soy yo el que regresa, señor Aronnax, sino el Nautilus.
—¿A una orden suya?
—Así es, porque unido al Nautilus por un cable eléctrico, me basta expedir por él un telegrama.
—Bien —dije, maravillado—, nada más sencillo, en efecto.
(…)
Había ahí un misterio, pero no traté de esclarecerlo. ¿Cómo podía actuar la electricidad con tal potencia? ¿En qué podía hallar su origen esa fuerza casi ilimitada? ¿Acaso en su tensión excesiva, obtenida por bobinas de un nuevo tipo? ¿O en su transmisión, que un sistema de palancas desconocido podía aumentar al infinito? Eso era lo que yo no podía explicarme.
Agua y Energía. Resumen Ejecutivo. Informe de las Naciones Unidas Sobre el Desarrollo de los Recursos Hídricos en el Mundo 2014
El agua y la energía están estrechamente vinculadas y son altamente interdependientes. Las decisiones tomadas en un sector tienen consecuencias directas e indirectas para el otro, positivas o negativas. La cantidad de agua necesaria para la producción depende de la forma de energía que se desea producir. Al mismo tiempo, la disponibilidad y localización de los recursos de agua dulce determinan la cantidad de agua que puede ser asignada para la producción de energía. Las decisiones concernientes a la gestión y el uso del agua y a laproducción de energía pueden tener entre sí un impacto significativo, heterogéneo y de amplio alcance, que con frecuencia conlleva repercusiones tanto positivas como negativas.
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